Novela El anhelo de la luna
En la España de los años 50, Elena sufre un cruel revés que la obliga a abandonar su tierra y su casa, con la esperanza de que el tiempo olvide y pueda regresar a su vida normal.
Junto a Tomás, párroco y amigo de la infancia, cruzan medio mundo hasta llegar a un pueblo de Corea del Sur, donde servirán como misioneros ayudando a los niños huérfanos.
El país intenta recuperarse de la invasión japonesa, recomponiendo sus pedazos, pero ahora se deben enfrentar a sus hermanos en una cruenta guerra que los divide.
En medio de tanta masacre y desolación, la paz y la tranquilidad del orfanato se ve interrumpida por la llegada de una división de hombres de corea del norte. Sanguinarios y despiadados, bajo el mando del capitán Cheng-Gong, terminan con todos en un terrible baño de sangre, excepto con Tomás y Elena, que deberán superar la prueba más dura de sus vidas.
Cuando todo estaba perdido, la llegada de Shaoran, coronel de Corea del Sur, cambiará su destino para siempre, mostrando un mundo maravilloso y fascinante, paralelo al dolor y la guerra.
¿El amor puede llegar a curar el alma rota de Elena?
Un viaje fascinante al lejano oriente, mostrando una visión única de la desesperación y la superación, el anhelo y el deseo por alcanzar la felicidad.
El anhelo de la luna es mi última novela publicada.
Esta historia cuenta la vida de una mujer, a finales de los años cuarenta, en la España castellana, se ve despreciada y rechazada.
En una sociedad cerrada, da su vida por terminada, pero Tomás, párroco y amigo de la infancia, piensa en la mejor manera de solucionar el problema.
Para él, lo mejor es que abandone su pueblo natal y lo acompañe hasta la lejana Corea, país al que va como misionero con un grupo numeroso de clérigos y civiles.
La madre de Elena accede sin pensar, creyendo que la distancia física y el tiempo, calmarán los ánimos.
Una vez en Corea, Elena descubre unos meses de paz y tranquilidad, dónde todo aquello que la preocupaba, carece de mayor importancia.
Pero la felicidad se verá truncada con la llegada del capitán Cheng-Dong, que no conoce más lenguaje que la violencia.
Aquí os dejo los dos primero capítulos para ir abriendo boca.
CAPÍTULO 1
Agosto de 1949
Las tenues luces del alba acariciaban su
rostro. Los rayos del sol inundaban poco a poco el minúsculo cuarto y dejaban
al descubierto las carencias.
Elena suspiró cansada, no tenía ganas de
levantarse.
Se sentó en la cama y se estiró frunciendo
el ceño ante el dolor de su maltratado cuerpo.
Apenas tenía los dieciocho años
cumplidos y llevaba tanto tiempo trabajando que sus manos parecían las de una anciana.
Se levantó y los pies descalzos tocaron
el suelo haciendo que se estremeciera de arriba abajo debido al frío.
Intentando hacer el menor ruido posible
para no despertar a su hermana pequeña, se acercó hasta la palangana y se lavó
lo mejor que pudo.
Otro día comenzaba en su pequeño pueblo.
Otro día de sudor y desencanto.
Salió de casa abrigada con un pequeño
chal que su madre había tejido hacía ya demasiado tiempo. Las botas tenían
agujeros en las suelas y sus pies sufrían el dolor con estoicidad. No había
otra opción. Cada céntimo ganado era requisado por su madre para poder llevar
comida decente a la mesa. Algo que a veces no conseguía.
Con paso rápido se acercó hasta la casa
en la que trabajaba. Su obligación era mantener todo en prefecto estado de
limpieza, junto con sus compañeras. El hogar de los Martínez, la familia más
pudiente del pueblo, era la muestra de la riqueza y al mismo tiempo de la
miseria más absoluta del alma y del corazón.
Sus dueños, mostraban su opulencia al
comprar muebles de calidad, alfombras tan caras que podían alimentar a todo el
pueblo durante meses, lámparas brillantes con cristales y ropa de la mejor seda,
mientras que por el contrario, a sus empleados les pagaban un sueldo ridículo y
no tenían ni el consuelo de ser tratados con dignidad.
Como cada día entró por la puerta
trasera, solo reservada para el servicio. Se adentró en los fríos pasillos de
la zona de los empleados y en el cuarto oscuro y lúgubre destinado a las
mujeres, se cambió su raído vestido por el uniforme de trabajo, que consistía
en un vestido que cubría la mayor parte de su cuerpo, un delantal blanco y la
cofia.
Sus compañeras estaban reunidas en el
salón, donde el ama de llaves les daría las órdenes de trabajo para ese día.
Al entrar notó un cambio sutil en el
ambiente. Las chicas se miraron entre sí y comenzaron a murmurar.
Elena no hizo mucho caso, aún conservaba
el dulce sopor del sueño incompleto. Concentró su atención en el ama Claudia.
Mujer severa donde las hubiera, pero justa.
─Bien, niñas. Hoy tenemos que ocuparnos
de esta estancia. Quiero las cortinas lavadas y bien planchadas. De eso se
ocupará Sofía, Tomasa y Pepa. Las demás os repartiréis las alfombras, que
deberán ser sacudidas con esmero, los muebles a los que hay que dar cera y dos
de vosotras limpiaréis los techos y las paredes. El suelo se hará mañana junto
con lo que hoy no haya dado tiempo. Poneros en marcha. ─ordenó con un par de
palmaditas.
Las mujeres comenzaron su trabajo con
buen talante.
Una hora más tarde, Elena dejó de
golpear la alfombra que tenía colgada ante sí para secar el sudor de su frente.
Los rayos del sol, ahora más fuertes y
cálidos, calentaban más el ambiente. La hierba había dejado atrás el rocío de
la mañana y lo único que aliviaba el trabajo era una ligera brisa que
refrescaba los cuerpos.
Las mujeres la seguían mirando a
hurtadillas y murmuraban agachadas mientras lavaban con esmero las cortinas del
salón.
Frunció el ceño al no entender el
proceder de sus compañeras. ¿Qué mosca las había picado?
Su mejor amiga, María, salió de las
cocinas a toda velocidad. Roja como un tomate debido al calor que pasaba frente
al fuego, agarró a su amiga por el brazo y la arrastró, literalmente, de ahí.
─¿Qué te pasa, María?
La muchacha suspiró.
─Pensé que no podría escaquearme ni un
segundo. Hoy el ama no para de dar vueltas por ahí, controlando que nadie se
coma las viandas de los señores. Pero he visto mi momento y no he podido
perderlo.
─No te entiendo.
─Necesito hablar contigo. Intenté verte
esta mañana, pero llegaste tarde, ¿a qué sí?
Elena se encogió de hombros.
─Unos minutos, pero no me regañó.
─Eso es lo de menos. ¿Alguna de esas
perras te ha dicho algo?
─¿Algo de qué?
María se giró para quedar frente a su
amiga. Miró a ambos lados del patio y al comprobar que estaban solas se armó de
valor.
─Sobre Alejandro.
─¿Qué le ha pasado a Alejandro?
─¿No lo sabes?
─Saber, ¿qué?
─Estaba en lo cierto ─murmuró mientras apretaba
el puño furiosa─, ese hijo de la gran puta no es un hombre, es un cerdo
porquero que no merece ni el aire que respira.
─María, ¿qué sucede? ─preguntó Elena al
ver la rabia que su amiga intentaba contener.
─¿No has hablado con él?
─Desde el doTae-Youngo no lo he visto.
Ya sabes que está trabajando por el día, y al anochecer mis padres no me dejan
salir.
─Te advertí que no era bueno, te lo dije
mil veces.
Elena se llevó las manos a las caderas y
cambió el peso del cuerpo de un pie al otro, comenzaba a perder la paciencia.
Sabía que su novio no era del agrado de
su amiga, pero era un asunto que venía de cuando no eran más que niños, no
entendía ahora ese arrebato de cólera.
─María…
─No me mires así, yo no he hecho nada.
Debes enfadarte con él… el muy cabrón…
─¡María!
Su amiga dejó de despotricar y la miró a
los ojos. De pronto toda la rabia se transformó en pena y dolor. Se acercó un
paso más a ella y posó una de sus manos en el brazo para reconfortarla ante las
palabras que iba a soltar.
─Alejandro ha anunciado su matrimonio.
Su madre lo está pregonando a los cuatro vientos. Elena, te ha estado engañando
todo este tiempo. Se acaba de comprometer con Patricia Morales. Se casarán en
mayo.
─Mientes… ─logró murmurar Elena,
estupefacta ante la conmoción. No era capaz de asumir lo que su amiga daba por
hecho─, no puede ser verdad.
─Te lo juro por mi vida. Ayer lo contó
al salir de misa de las nueve. Todo el mundo pudo oírlo.
─Pero… pero… ─las palabras no salían de
su boca. Dio un paso atrás rompiendo el contacto con su amiga, intentando
asumir la realidad que le golpeaba con fuerza en la cara─. Él dijo que nos
casaríamos. Juró que me amaba…
─Bien que lo sé, pero solo ha sido un
juego. Jamás pensó cumplir su palabra. El matrimonio llevaba meses programado.
Las lágrimas brotaban sin aviso,
recorriendo el rostro pálido de Elena. Su corazón dolía de un modo extraño.
Fuerte, angustioso. Apenas podía respirar. ¿Qué estaba pasando? No podía ser
verdad.
María se acercó a su amiga y le puso una
mano en el hombro.
─Me enteré ayer mientras cenaba. Rogué a
mi madre que me dejara ir a verte, pero se negó. Sé que es un duro golpe para
ti. Lo siento mucho.
Elena se apartó de su agarre de un
movimiento brusco y con los ojos húmedos miró a su amiga.
─No puedo creerte, María, no puedo.
─Elena, es la verdad. Todas ellas lo
saben ─confirmó mientras hacía un gesto con la cabeza hacia el lugar en el que
estaban sus compañeras trabajando─, pero no tienen agallas para decírtelo a la
cara. Ahora debes recomponerte. No deben verte llorar. No las des el gusto.
Cuando terminemos podemos ir a casa de ese pedazo de mierda y lo matamos. Yo lo
sujetaré por ti.
CAPÍTULO 2
El sonido
tranquilizador del agua y el murmullo del aire rezumbaban en el lugar. Elena,
sentada sobre una piedra mientras se abrazaba las piernas, dejaba libre sus
sentimientos. Lloraba como hacía tiempo.
Se había
enamorado de Alejandro cuando apenas tenía doce años. Él, dos años mayor, tan
alto, tan rubio y tan cariñoso, se había ganado su corazón. Su amor era algo imposible,
ya que él pertenecía a un estatus social algo más alto que el suyo. Sus padres
jamás permitirían que su hijo primogénito se casara con una doña nadie, cuyos
padres apenas ganaban para vivir.
Pero, a pesar
de todo lo que tenían en contra, Alejandro había decidido mirarla.
Esas pequeñas
caricias para alborotarla el pelo, se habían transformado en sutiles roces en
el rostro, en el cuello.
La mirada
pícara se había convertido en deseo.
Elena había
sucumbido a sus encantos sin oponer resistencia, creyendo a fe ciega en todas
las palabras de amor, en las promesas de vida juntos, mientras derretía su
cerebro con besos.
Ahora estaba
pagando el precio de su estupidez. Jamás la amó. Solo la utilizó y ahora la
desechaba como si fuera basura. No había tenido la hombría de decírselo a la
cara y se había enterado por otras personas.
La traición
había sido máxima.
Su dolor
aumentaba por momentos. Notaba como su corazón se hacía añicos con cada
recuerdo que acudía a su mente sin permiso.
El silencio
dejó de existir cuando su amigo Tomás se sentó a su lado, arremangando la
sotana para evitar que se estropeara.
No dijo nada,
solo permaneció allí, sentado junto a ella, mirando al infinito, mientras los
sollozos se iban disipando.
Elena tenía
la cabeza enterrada entre sus brazos. Tomás acarició su espalda con cariño.
─No voy a
darte el sermón que sin duda mereces, Elena. Creo que bastante estás sufriendo
ya y eso es más que suficiente.
─Te lo
agradezco ─respondió sin levantar el rostro.
─Me he
enterado esta mañana cuando regresé de la ciudad. El padre Ángel está muy
contento porque puede celebrar los esponsales de las dos reputadas familias. Me
quedé de una pieza cuando me lo dijo. Sabía que estarías aquí, por eso he
venido. Supongo que no es momento para estar sola, aunque sea tu deseo.
─No puedo
creerlo, Tomás. Por más que lo pienso, por más que lo intento, no veo mentira
en sus promesas. Tal vez…
─No, Elena.
Tal vez no. No hay un tal vez. Alejandro lo sabía. Sus padres estaban
preparando el matrimonio desde hacía mucho. No intentó en ningún momento
revelarse. Su deseo es casarse con Patricia. Sus tierras son colindantes y su
fortuna aumentará con este matrimonio. No hay razón para que él se negara.
─¿No la hay? ─preguntó
alzando la cabeza y mirando a su amigo a los ojos─ ¿Y yo? ¿Qué hay de mí? Me
juró amor eterno. Me prometió matrimonio. ¿Qué fue eso? ¿Nunca existió?
Tomás
suspiró.
─He hablado
con él, no en confesión, sino de hombre a hombre. Me confirmó que al principio
le gustabas y fantaseó con la posibilidad. Pero fue solo eso, una fantasía que
duró lo que dura una estación. Te mintió para poder estar contigo, debes
aceptar que te engañó, que es un mal hombre, y seguir con tu vida.
Elena
resopló.
─¿Qué vida?
Todos en el pueblo saben que me ha engañado, más de una vez grité a quién me
quiso escuchar, que me amaba y que nos casaríamos. Todos saben que me entregué
como una estúpida. Ahora no tengo vida, ¿quién me va a querer después de ser
usada de este modo por Alejandro? ¿Crees que habrá un solo hombre en la tierra que
me quiera como esposa? Mi reputación se ha echado a perder, al igual que mi
vida, Tomás.
Le frotó la
espalda con cariño intentando reconfortarla. Sus palabras no estaban faltas de
razón. Elena ahora era poco más que una mujerzuela. Sería blanco de burlas y
tendría suerte si no la despedían del trabajo. Su vida estaba arruinada en ese
pueblo.
─Siempre
puedes marcharte. Buscar trabajo en otro sitio. Comenzar de nuevo.
Elena volvió
a enterrar la cabeza entre sus brazos y lloró desconsolada.
─Mi madre me
va a matar…
─Ese es el
menor de todos tus problemas ─murmuró Tomás─, creo que ahora debes recomponerte
y pensar en una solución. No sabes si mañana podrás entrar en la casa de los
Martínez. Ya sabes, son gente con poca moral que exigen la máxima moralidad.
─No sé qué
voy a hacer, estoy perdida y tengo miedo.
El silencio
cayó sobre ellos durante unos largos minutos. Ambos sumidos en sus
pensamientos.
─Puedes venir
conmigo.
─¿Contigo? ¿A
dónde? ─preguntó Elena saliendo de su sopor.
─He estado en
el arzobispado todos estos días. Están organizando una misión. En Corea. ¿Has
oído hablar de ese país? Hace poco que dejó de estar ocupado por los japoneses.
Es un país maltratado y su población ha sufrido mucho. Ahora hay tensión con
sus hermanos del norte. Pero en Corea del Sur hay varias colonias cristianas
que necesitan ayuda. Se están reuniendo miembros de la comunidad, ya sean
clérigos o no, para ir y ser repartidos por las zonas donde más se necesita.
Puedes venir conmigo. Sé que es un viaje largo y agotador, pero merecerá la
pena. Podrás redimirte de tus pecados ayudando al prójimo. Estaremos varios
meses, tal vez un año. Cuando regresemos aquí ya nadie se acordará de lo que ha
pasado. Alejandro será agua pasada y tú una mujer nueva y entregada. Creo que
es una buena solución.
Elena lo
pensó durante unos minutos.
─No estoy
segura… Corea… ni siquiera sé dónde está…
─No estarás
sola, yo también iré, junto con un gran grupo de personas, seremos más de
cuarenta.
─Pero Tomás,
¿el idioma? No sé casi ni hablar el español… ¿Coreano? Además debe ser muy
peligroso. No creo que sea seguro ir allí, tú tampoco deberías.
─Por el
idioma no debes preocuparte, aprenderemos lo básico y una vez allí ya veremos.
Hay más gente como nosotros. No somos los únicos. Y ya sé que hay tensión y
puede desatarse una guerra, por eso necesitan nuestra ayuda. La ONU nos apoya,
así que puedes estar tranquila, no creo que nadie ataque a un hombre de Dios.
─Yo no soy un
cura, Tomás, ¿qué hay de mí?
─Es lo mismo
para ti. La iglesia es poderosa, nos protegerá. Piensa en todas esas personas
que necesitan de nuestra ayuda. Mi superior me ha dicho que intentará que acabe
en un orfanato, ocupándome de los niños que la guerra deja solos. Creo que tú
estarías bien allí.
─Casi
prefiero irme con mi hermana.
─¿Con Laura?
Sabes que su vida no es fácil. Su marido es un bestia, ¿crees que le agradará
que vivas allí? Solo la causarás más problemas con tu presencia…
─Pero… ¿Corea?
¿No hay algún sitio más cercano? No sé, en Francia…
Tomás sonrió
divertido.
─Nosotros no elegimos
donde empiezan las guerras. Nuestra obligación es ayudar al prójimo, al más
necesitado. No debemos abandonar a nuestros hermanos. Cuanto más lo pienso más
me agrada la idea. Es perfecto. Nadie puede poner pegas, vas de mano de la
iglesia, vas a ayudar a niños desfavorecidos. Estarás rodeada de personas de
bien todo el tiempo. Piénsalo, alejarse de este pueblo es lo mejor para ti
ahora.
─Mi madre me
matará y después no me dejará ir, ya sabes cómo es.
─De tu madre
me ocupo yo, ya sabes que me tiene en gran estima, además no olvidemos que es
una mujer de Dios, seguro que no dirá que no a un asunto que incumbe a la
Iglesia.
Sí, una mujer
de Dios… pensó Elena, en la iglesia tal vez, de cara a los vecinos también,
pero en casa no era nada piadosa, ni amorosa, sino todo lo contrario, una
bestia enfurecida que odiaba todo lo que la rodeaba.
Elena se
quitó las raídas botas de los pies y los calcetines. Se puso en pie y se acercó
hasta el riachuelo. Se arremangó las faldas y, sin pensarlo mucho, se adentró
dejando que el agua fría cubriera sus pantorrillas. Se sintió revitalizada,
viva. Suspiró profundamente mientras alejaba sus pensamientos de Alejandro y se
centraba en el futuro. Él la había arruinado, pero ella se había dejado. Ahora
tocaba levantar la cabeza y salvarse.
Tomás la
miraba sentado. A pesar de ser un cura, no podía evitar sentir que su corazón
galopase cuando estaba junto a Elena.
Una atracción
condenada al fracaso más absoluto cuando sus padres le obligaron a tomar a la
iglesia como su camino a seguir. Pero a pesar de todo, solo era un hombre.
Pensó con
seriedad si la idea de ir con él a la misión era algo puramente religioso, con
la única intención de ayudarla o si sus sentimientos reprimidos habían tomado
el control de su mente.
Fuera como fuese,
los dos estaban ahí, y si ella decidía acompañarlo, no estaría solo en aquél
país dejado de la mano de Dios.
Tal vez el
egoísmo más humano había hecho acto de presencia.
No le quedaba
otra que volver a confesarse.
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